- En el mundo hay otros 67 y en el país hay proyectos para crear otros 18.
Ciudad de México.- Alguien, no recuerda quién, le dijo una vez en tono irónico: ¡Ya sólo falta que pongan a las mujeres en un museo! Pues bien, ahí lo tiene: un recinto en México dedicado a contar la otra historia: la de las diosas y las heroínas.
Para rematar, señala Patricia Galena, directora del Museo de la Mujer, éste no es el único. En el mundo hay otros 67 y en el país hay proyectos para crear otros 18.
La historia de México (y del mundo) también está hecha por ellas, y la violencia contra ellas ha sido también histórica. Entender esas dos realidades puede ayudar a erradicar las prácticas machistas, y la museografía es un excelente medio para dar a conocer esos problemas, estima.
Una forma de ver diferente
Recién inaugurado, en 2011, un visitante dejó un comentario que vuelve a producir emoción a Galeana cuando lo recuerda: Soy obrero, tengo 54 años. Hoy me di cuenta de que de veras la han tenido difícil ustedes las mujeres.
Lo que encontró en las ocho salas le hizo percatarse de los actos de injusticia, explica la reconocida historiadora. Quizás ahora, espera, verá de manera diferente a las mujeres.
Graciela Tejero Coni, directora del Museo de la Mujer en Buenos Aires, Argentina, aclara: las exposiciones no harán el cambio por sí solas. Si bien es un excelente recurso para denunciar, asevera, deben acompañarse de otras estrategias.
El de Argentina y el de México son los únicos en América Latina. Primero se inauguró el sudamericano, en 2006. Sin embargo, antes de 2000 Galena y otras feministas de la Federación Mexicana de Universitarias comenzaron a pugnar por una sede.
Solicitaron al gobierno panista de Felipe Calderón la casa de Leona Vicario, heroína de la guerra de la Independencia. Nos parecía muy simbólico, relata Galeana. Pero no se la otorgó. El argumento, cuenta riendo un poco, era que seguramente nada más íbamos a hablar del aborto.
Finalmente, la Universidad Nacional Autónoma de México les proporcionó el edificio que albergó la antigua imprenta universitaria, en República de Bolivia 17, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Quienes asisten observan el repaso histórico de la presencia y contribución de la mujer, desde la época prehispánica hasta la actualidad.
Con amenos videos se enteran de la cosmovisión dual en las culturas mesoamericanas: vida-muerte y masculino-femenino. Que el calendario lunar coincidía con los 260 días del embarazo y que las cosechas eran asociadas con la fertilidad de la mujer. Conocen a una de las deidades más importantes: Ometéotl, señor y señora de la dualidad.
Quizá se decepcionan al saber que en el imperio mexica la mujer ocupó un papel secundario y era mantenida en cautiverio hasta el matrimonio. Sin embargo, encuentran consejos de una madre a la hija y la oración de las parteras.
De ahí pasan al mundo novohispano, el catolicismo y los conventos. Ven cómo el marianismo –la imitación de la virgen María– era el modelo de comportamiento que se les exigía. Si no habían oído hablar de las casas de recogimiento, ahora saben que eran una especie de reformatorios para las rebeldes.
Al llegar a la sala Las insurgentes pueden ver más de cerca a Josefa Ortiz de Domínguez y a otras mujeres que rompieron los estereotipos de la época. De nuevo viene la desilusión al entender que, aunque colaboraron para independizar a México de España, a ellas no las ayudaron a hacer lo mismo del marido y del Estado.
Pero no todo acaba ahí: vienen las reformas de Benito Juárez y la oportunidad de estudiar. De maestras a revolucionarias es el siguiente salto. También están las feministas de aquellos tiempos, como Hermila Galindo, quien exigía derechos sexuales de manera tan férrea como las de ahora.
En la última sala sestá el violentómetro, una regla gigante que visualiza los niveles de agresión. En una pared se lee: La mayor revolución del siglo XX fue la liberación de las mujeres; fue una revolución pacífica y es irreversible.
Para Tejero Coni no es así: La hemos ganado con sangre. Ustedes tienen siete feminicidios diarios, ¿eso no es sangre? No es una lucha neutral ni armoniosa, afirma.
Con el violentómetro detrás de ella, Patricia Galeana insiste en su utopía: Un museo que cambia vidas. Queremos superar la violencia, y éste es un camino.
Con información de la Jornada